La llegada de Mario cambia el escenario.
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Foto: Archivo LNW (Diario Pregón). |
Desde el instante en que Carlos Córdoba finalizó el encuentro ante Brown el sábado pasado se veía venir. Darío Franco tenía las valijas listas y Mario Gómez pedía el taxi para el aeropuerto. Sucede que con los acontecimientos ocurridos a finales del 2022, en el que fueron públicas las idas y vueltas entre los dirigentes y el entrenador cordobés, el panorama estaba cantado: el equipo debía ser protagonista desde el minuto uno. Esto no sucedió y la era Franco, tras menos de un año, tuvo su final.
Roberto Carlos Mario Gómez no necesita presentación alguna, pero si un repaso por los principales hitos que lo convierten en uno de los entrenadores más icónicos de la historia del club. En 2005 agarra el equipo de Francisco Ferraro y logra el ascenso a Primera División como subcampeón de la B Nacional. En la máxima categoría realizó una de las campañas más resonantes del Lobo, con un 4° puesto en el Clausura 2006. Tuvo otros dos ciclos, 2006-2008 y 2011-2013, con algunos resultados aceptables (el Apertura 2006, levantando al equipo y dejándolo 11°, o la primera rueda de la B Nacional 2012/13, con el equipo a fin de año en el lote de arriba peleando el torneo) y otros malos (el año 2007 y el 2013). Desde hace años que su nombre suena cada vez que Gimnasia necesita un DT, sobre todo por el éxito que tuvo dirigiendo en Asia y más recientemente en Deportivo Armenio.
Con la confirmación de su cuarto ciclo en la institución, la sensación generalizada que se advirtió en la comunidad albiceleste fue la división de opiniones. Hubo comentarios a favor y en contra a la salida de Franco, debates sobre la responsabilidad del plantel, dudas y celebraciones sobre la elección del nuevo técnico. A quien escribe, sin embargo, le importa más la división de sensaciones.
Por un lado, la ilusión. La ilusión que es sinónimo de futuro, que responde a un nuevo comienzo y a la búsqueda de un sueño (ya sabemos cual es). Esa ilusión que no se veía desde los tiempos de Mario Sciacqua, un halo en el ambiente que nos decía que este año puede ser, que la suerte por fin va a cambiar. Es una sensación, aun así, muy engañosa y peligrosa. ¿O no parecía un atisbo de ilusión la imagen de Darío Franco cantando con el alma junto a los hinchas tras la confirmación de su continuidad?.
Bueno, yo no sé si estoy ilusionado. Es muy fácil caer en la presunción, tradicional y futbolera, de que la historia es cíclica y que todo ídolo debe tener su last dance, algo que se ha probado y desmentido una y otra vez. Es por eso que considero que también se puede estar siendo víctima de la nostalgia, un sentimiento que, al contrario de la ilusión, es sinónimo de pasado, de rememorar, a veces con algo de pena, los viejos buenos tiempos de sueños alcanzados. De ver la cámara de Paso A Paso siguiendo a Mario con su gorrita característica, del puntito inteligente, de las camisetas Dribbling y del escudo azul y celeste.
La nostalgia no excluye los errores y fracasos, los hace ver como parte del desarrollo de personaje, en términos cinematográficos. Quizás es por ello que al mirar el panorama en un frustrado intento de objetividad se nos vienen a la cabeza algunas preguntas: ¿será que esto ya se intentó?; ¿será que el mariogomecismo le quedó viejo al deporte rey?; ¿será que no es lo mismo dirigir en el fútbol malayo o indonesio que en la Primera Nacional?. A eso respondemos, no sé. Tal vez esta si es la buena, la historia donde somos los protagonistas, o tal vez no.
Sea como sea, es solo fútbol, por lo que el corazón siempre parece tirar, por lo menos un poquito, hacia el optimismo. No sé si creo, pero sé que quiero creer. Y excediendo ya las referencias al cine, ¿las segundas partes nunca son buenas? Bueno, ahí les va la cuarta: Mario Gómez. Episodio IV. Una nueva esperanza.