Con escándalo, se acabó el 2023 para el Lobo.
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Foto: Clarín. |
En una tarde donde se soñaba con la épica, con un milagro alcanzable, con algo de "justicia" futbolera, el desenlace terminó siendo pura decepción y bronca. Cuando en estos escenarios parece que las cosas se pondrán en su lugar, es cuando más pega la realidad, cortante como tantas otras veces. Parece que alcanzar el reducido es la quimera de Gimnasia, siempre quedando al borde por muy poco. Esta vez ante un rival de dudosa reputación, que favorecido por la circunstancias dio más vergüenza que lo habitual.
Más allá del lógico nerviosismo, las intenciones del equipo de Marcelo Vázquez estuvieron desde el minuto de juego. Con Juan Tévez y Nicolás Miracco amontonados en el área, parecía que iba a ser la tarde de Iván Ortigoza en los alrededores, siendo justamente el ex Belgrano quien tuvo el primer intento al arco. La tarea era gigantesca, pero se tenía el claro el como.
Sin embargo, pasados los 10', cualquier posible plan se fue esfumó y empezó el espectáculo de Lucas Comesaña. Una mano por lo menos poco evidente de Jorge Juárez desató las protestas en el banco de Gimnasia. Obviamente no sabemos, ni sabremos jamás con total certeza, que palabras pronunció el entrenador local ni si estas se diferenciaban de cualquier protesta normalizada de cualquier DT en cualquier partido. Lo cierto es que el árbitro fue por un camino radicalmente inhabitual y expulsó a Vázquez. ¿Las consecuencias? Bueno, fue muy claro el porque de la expulsión de Julio Chiarini, pero con el titular Álvaro Cazula nos vuelve a invadir la misma duda. En menos de 15', Gimnasia se quedó con 10, sin su director técnico y sin arquero suplente.
Las leyes naturales de compensación, que a veces no son ni tan naturales ni tan leyes, decidieron que a los 22' se le presente la oportunidad al Lobo de por lo menos mejorar las condiciones con un penal a favor. Juárez tuvo otra de sus entradas espectaculares al área y le hicieron un sándwich para derribarlo. Fernando Brandán, uno de los más importantes del torneo, no podía fallar. Pero falló, y en el momento en que Ignacio Arce desvió el disparo la temporada y la ilusión albiceleste finalizaron.
Para el complemento las energías locales estaban totalmente agotadas. Deportivo Riestra, cómodo, logró inquietar varias veces a Alan Sosa ante los espacios dejados por la defensa en su inútil posicionamiento ofensivo. Los minutos pasaban lento, el público solo esperaba una sentencia final para expresar sus reproches a los dioses, a la AFA, a los dirigentes, a los jugadores, a los ladrones o a cualquier otro culpable imaginable. Pero a los 40', un penal a favor de la visita terminó de apuntar los cañones a la terna arbitral. Poco importó que si haya sido infracción (Sosa derribó a Walter Acuña antes que pueda intentar una definición), ni que Milton Céliz, ex favorito de nuestras tribunas, pida la pelota (¡otra vez!) sin ponerse colorado. La derrota, por 0-1, ya tenía un responsable.
Cuando recién comenzaba a transcurrir el tiempo de descuento, ingresaron al campo de juego algunos hinchas. Comesaña, sabiéndose culpable, se refugió inmediatamente, pero la policía no pudo salvarlo de las agresiones, ligando también su asistente de línea. Un nuevo episodio de violencia física se sumó a la historia del club, quizás solo siendo comparable al del Regional 1983/84 contra Deportivo Ficoseco.
La suspensión era evidente y la gente comenzó a retirarse, excepto por aquellos que todavía tenían algo que expresar cerca del túnel con respecto a los protagonistas. Primero se fueron cabizbajos, a sabiendas de su fracaso y entre tenues aplausos, los jugadores locales. Segundo, la banda visitante de inmorales, que se representa a si misma y al dinero que reciben por mes, repudiada por eso que no tienen. Por último, el bandido de negro, custodiado por un escuadrón completo y con la certeza de que su vergüenza iba a decir presente por todo el país, ¿le importará?.
Efectivamente, no hay épica posible para Gimnasia, que en cada oportunidad de dar el paso necesario para salir de la mediocridad y entrar en la pelea, por motivos propios o ajenos, termina tropezándose.